A lo largo de los años 80, mi compañero musical y amigo Juan Salas y yo fuimos varias veces (creo que en tres ocasiones) a amenizar las fiestas finales de los torneos internacionales de golf que se celebraban en el Real Club de Golf de Sotogrande.
Pero dejaré esta historia para otro momento, porque yo ya había estado allí muchos años antes, sin Juan.
El origen del Real Club de Golf Sotogrande está íntimamente ligado a la creación de la urbanización de Sotogrande a comienzos de los años 60. Su fundador, Joseph McMicking eligió este enclave del Sur de España para desarrollar la mejor zona residencial de la época y como núcleo y eje vertebrador de ese ambicioso proyecto, se fundó en 1964 el Real Club de Golf Sotogrande.
Por cierto, a J. McMicking, creador de la urbanización Sotogrande tuve ocasión de conocerle personalmente. Estuve en su despacho. Debió ser en 1969 o 70. Dieciséis o diecisiete añitos tendría yo, no él.
Todo fue gracias a mi amigo y compañero de dúo musical por aquellos años, Eugenio Blanco, antes de que él se cambiara su nombre por el más artístico de Aryane. Nosotros nos veíamos de vez en cuando en casa de mis padres en el edificio de Correos de Hadú y componíamos canciones que luego montábamos a dos voces. Él solía componer en inglés, así que me tocaba memorizar. Aún recuerdo alguna estrofa.
También solíamos vernos en casa de la novia que tenía en la Curva Amaya, cerca de donde luego estuvo el club de Tenis Mediterráneo. Este Eugenio era unos años mayor que yo (es curioso, todos mis amigos eran mayores). Y había estudiado Turismo en Granada. Consiguió pronto un trabajo en aquel Sotogrande primigenio de los 60. Un día me propuso ir allí y presentarme al mismísimo jefazo McMicking, y pedirle una audición con vistas a cantar en la discoteca de la urbanización. Y claro, inconsciencia juvenil, dije que bueno, que sí, y allá fuimos.
El señor McMicking, aunque nacido en Manila (Filipinas), se había educado en California, y era muy americano en el trato. Muy americano, por decirlo en dos palabras. Yo nunca había visto una mesa tan grande ni con tantos teléfonos de colores. Eugenio me haba avisado de que le llamarían catorce veces mientras estuviésemos hablando y que tenía un teléfono con línea directa con EEUU, cosa que entonces no tenía nadie en España. En una de las interrupciones telefónicas habló con un amigo de la familia que tenía previsto visitar a su hijo en Grecia. El jefazo le dijo: “Pues dile que te lleve a su isla, te va a encantar”. El nene tenía una isla en Grecia. Así vivía esta gente…
Pero sigamos. Eugenio le habló de que formábamos un dúo musical y que nos gustaría hacer actuaciones en la discoteca de la urbanización. También que yo era cantautor y que podría dar recitales. Al jefazo le pareció bien. Yo llevaba mi vieja guitarra y enseguida dijo: “pues vamos a la discoteca, que venga el encargado de la música y haces una prueba”. El tipo no tenía tiempo que perder. Todo fue rápido y limpio.
Me pusieron un micro, se sentaron delante de mí y alguien dijo “canta”, y canté. A los cinco minutos me pidieron el teléfono y que me llamarían. Bueno, nunca me llamaron, pero yo estuve allí y por eso lo cuento.
Ah, otra cosa curiosa, era la época en que la Guardia Civil patrullaba en coche vigilando las calles de la urbanización (privada) y estaban en la garita de la entrada. A pedir de boca. Para los americanos lo que haga falta, oyes.
(Continuará…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario