La gente que gusta de vestirse bien suele tener eso que llaman un fondo de armario. Yo nunca he tenido tal cosa. Tengo, eso sí, ropa vieja. Esa que me pongo para estar en casa, calentito, en las tardes de invierno en que solo quieres sofá y una buena serie donde recrearte hasta el olvido de ti mismo. Y según la hora de la tarde, acompañado de una humeante taza de té o de un refrescante gin tonic.
Pero hay quien tiene, quienes tenemos, un fondo de armario musical. O un cajón, o incluso un baúl en el garaje -los más exagerados-. Y hay quien ha sustituido ese espacio físico y su correspondiente cantidad de ácaros de polvo (¡socorro!) por unos ficheros digitales en diferentes formatos. Los más avanzados tienen su música preferida en “la nube”. Yo soy de los que fuimos haciendo -a duras penas- el arduo camino que va desde las cintas de cassettes a los cd’s, después a los archivos en el ordenador hasta su rebosamiento, luego a los discos duros, y por fin a la dichosa nube. Y sin embargo, en mi casa, como en otras casas, como en muchas casas, hay viejas estanterías con un montón de cd’s (de las cassettes ya me deshice). Son los testigos silenciosos del paso del tiempo.
Y como si de un fondo de armario se tratase, a menudo me planto delante de esas reliquias musicales de tres, cuatro, cinco o seis décadas atrás, y voy eligiendo lo que me voy a poner ese día. Según sea mañana, tarde o noche, escogeré algo que vaya a juego con la época del año, el tiempo que haga o el estado de ánimo que tenga.
Y entonces me siento tan a gusto dentro de esa música como si entrara en el jersey desgastado y amoroso que a veces me pongo. Es mi fondo de armario.
Carlos Bernal
27 sep 2021.
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