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jueves, 26 de agosto de 2021
Libertad de peceras
Hay pasillos enormes llenos de peceras encima de más peceras. Hasta el techo de una nave, donde navegan peceras.
Hay peces moviéndose en casi todas las peceras.
¿Nos verán desde dentro como los vemos desde fuera?
¿Tendremos, también, ahuevados los ojos?
¿Cómo verán los peces el cristal de su pecera?
¿Olvidarán la pecera, con su memoria de pez?
¿Se sentirán libres hasta llegar al cristal?
¿Será una frontera con valla transparente?
¿Aprenden rompiendo su frente en la frontera?
Su libertad es proporcional al tamaño de la pecera.
Libertad provisional. Libertad hasta la frontera.
Libertad de terraza, hasta llegar al cristal.
Cada pecera adjunta un envase con comida.
La comida para peces son miguitas en los dedos.
Y se sueltan frotando.
Hay gente que se para y les echa comida.
Solo por ver cómo comen los peces.
Siempre hay gente dispuesta.
Vocación de poderoso o tal vez de oenegé,
dependiendo del momento.
Miles de peces agitan peceras, celebrando comidas.
Comen y comen hasta que revientan.
Cuando los peces se mueren, los tiran al mar.
Un encargado con gorrilla y cara sin sombra,
sumerge un palo largo con red.
No colocan cartel de se alquila o se vende.
Las peceras vacías son callejones con niebla.
Algunos peces aprenden
a no caer en la trampa,
a no morder el anzuelo.
“Come tú”, te dicen,
al otro lado del cristal,
mientras ahuevan aún más
sus ojos de huevo.
Carlos Bernal
25 agosto 2021.
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