El pintor se funde día tras día en su paleta. Intenta allí colores que sus ojos le dictan y que proyecta en trazos a lienzos raramente apreciados. La pequeña ventana que da a la calle solo deja ver los pies de los transeúntes. Una tenue luz se filtra hasta su estudio en el sótano prestado, y le ayuda a bucear una realidad que preside la pobreza y la desesperanza. Busca ese algo inconfundible que le dé un estilo propio. Necesita destacarse del resto de los que exhiben sus cuadros cada domingo en la Plaza Mayor.
Un día, la ruleta de la fortuna se parará en su casilla. Una joven galerista querrá ver arte más allá de los ojos profundos y azules del pintor…
El músico intenta afinar una vida que no le ha traído demasiada armonía. Aporrea su viejo piano denodadamente. Emborrona partituras que nadie se va a molestar en leer, y mucho menos en interpretar. Cuando pone -al fin- un título a su pretendida ópera rock, está resuelto a seguir llamando a los mismos teléfonos de otras veces, tocando los mismos timbres, enviando los mismos correos. Yendo a ver a los mismos productores que nunca le dieron más que buenas palabras.
Pero -oh, destino caprichoso- el protagonista de su última obra es un futbolista que, salido de la miseria más absoluta, había conseguido triunfar en el top del mundo pelotero, che.
Y como coincidía que horas antes había fallecido un futbolista que se ajustaba perfectamente al personaje, pues fue el primero en tener un musical de tres horas de duración ya terminado, impreso, y listo para ensayarse.
Y el productor vio miles de euros acercarse a toda velocidad hacia su cuenta corriente…
El poeta se cultiva entre sus versos. No los escribe, prefiere sembrarlos y esperar a ver si brotan; aguardar a que afloren su boca, a que arraiguen su cuerpo, a que ramifiquen su piel. Piensa que si no es así, no habrá poesía, y él no será poeta. Podrá ser un juntaletras, un rimador de palabras, un habilidoso ripiador. Pero no será poeta. Por eso se desvive transitando madrugadas. Por eso se desgarra cantando sus tristezas. Por eso se desboca en un galope sin destino. Porque no será poeta si no sabe atravesarte, si no puede deshojarte, si no consigue que vibres; si no se instala entre tus lágrimas; si no te abrasa con su canto; si no te cala hasta las trancas…
El poeta una vez aprovechó un concurso y se enfundó un segundo premio. Después siguió escribiendo y publicando gracias a un apiadado editor. Nunca tuvo mucha fama. Pero a él le bastaron sus cosechas de poemas.
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Años después, acrílicos críticos crónicos, glosan cosas como éstas:
Ese brochazo lanzado con brusquedad por el pintor, ocupando el centro del lienzo, nos muestra al genio en medio de su adolescente aprendizaje, la causa rebelde de un artista que ha trascendido en el tiempo…
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Las notas dulces, suaves, de ese piano que va agrandando nuestra imaginación en un mágico crescendo incomparable, nos deja aislados en medio de la increíble tormenta de su fortissimo finale…
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Los campos rojos de amapolas que el poeta va dibujando palabra a palabra, verso a verso, no son sino la metáfora de otra vida; aquélla que otrora surgía cada amanecer asomado a su ventana, mientras su madre acicalaba sus cabellos…
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Sin embargo, más allá de la obligación editorial de tener que escribir una crítica, ellos saben que a veces suena esa flauta que normalmente permanece en silencio. La cosa es si suena por casualidad o lo hace repartiendo una justicia esperada.
Carlos Bernal
28 Nov 2020.
Preciosa y afinada reflexión, amigo. Me encanta.
ResponderEliminarGracias, amigo Joaquín. Un fuerte abrazo
EliminarMe gustan esos niveles de descripciòn elaborada del proceso.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que te guste, Pilar. Gracias por pasarte por aquí y por tus palabras.
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