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martes, 29 de septiembre de 2020

Promesas de octubre





En estos días que no son de ningún mes
y que por costumbre, más que nada,
adjudicamos a un calendario.
Irremediablemente repetidos
como el canto del jilguero
y sus paseos de jaula.
Con un tiempo leído en zapatillas
y una taza de té en la mano.
Cuando la peor pesadilla
no transita madrugadas.

En estos días, digo,
sacados de quicio,
quiero pensar con el corazón
y sentir con la cabeza.
Doler a kilómetros de distancia.
Ser leal como las piedras al camino.
Saber que el destino
nunca estuvo escrito.
Cambiar las noticias
por un soplo de aire fresco.
Hacer lo que esté en mi mano
por mejorar un poco la vida.
Cicatrizar las heridas
de aquello que hizo daño.
Soldar, con amor de estaño,
cada grieta sobrevenida.
No acertar a la primera
con la palabra elegida,
pero esperar siempre palabras,
pero escuchar siempre palabras,
pero aceptar siempre palabras.

Desaparecer como el Guadiana
y sorprenderte en una esquina.
Creer en los jóvenes
y crecer en los jóvenes.
Buscar la utopía por encima
de mis posibilidades.

Dedicar las mañanas al viento
y las tardes a los sueños.
Brindar con la noche, al aire,
porque triunfe en su empeño
de ponerle magia a la vida.
Con preguntas, con argumentos,
con los sentidos recuerdos
que todos llevamos dentro.
Con letra y música de canciones
que nunca se han compuesto.
Con cavilaciones que no te cuento.
Sin más afán que poner piedra
sobre piedra construyendo sensatez;
que coser los rotos que aparecen;
que zurcirle el calcetín a la vida;
que tender puentes -si supiera-
sobre aguas turbulentas
entre orillas divergentes;
que torear las embestidas
de tanto loco cornigacho
como brota entre las ruinas.

Odiar solo las deslealtades
donde quiera que se encuentren.
Continuar escapando a las nubes
cada vez que me espante la Tierra.
Y soñar por las ventanas
cuando las puertas me cierran.

Es octubre
Nubes saladas trasladan las calles
a la primera línea del viento
Un cielo de arañazos
 nos va tiñendo la tarde.

Yo sigo en la playa, mirando,
cómo van llegando las olas,
una tras otra, tras otra…
Y cómo vuelan las alas
de cada promesa rota.

Carlos Bernal
29 Sep 2020







viernes, 25 de septiembre de 2020

ESCRIBIR


 
Escribir en los días de rabia
y en los del alma como un plato
Escribir ideas a ratos,
como cultivas desiertos
Escribir medio despierto
lo que has vivido en un sueño
Escribir lo que vas rumiando
Escribir añorando
 lo que ya no escribes
Escribir cuando decides
 que no vas a escribir
Escribir mientras suprimes
 lo que ya has escrito
Escribir como un maldito,
 como un poseso
Escribir de eso y de aquello otro
Escribir para olvidar inmediatamente
Escribir cuando todo ya se ha roto
Escribir cuando no sientes
necesidad de escribir
 
Escribir de lo ignoto y de lo conocido
Escribir lo que ha servido y lo inútil
Escribir sobre lo fútil de la vida que has vivido
Escribir de lo importante que a ti te ha parecido
 
Escribir, aunque una niebla trasponga
el horizonte de las preocupaciones
Escribir como escribes canciones,
buscando que empiecen,
buscando que terminen
Escribir ahora, después y mañana
Escribir de la nada que escriben
los que saben escribir

Escribir para hablar de lo que callas
Escribir palabras absurdas e inconexas
Escribir selenio, espúreo, antisistema,
militancia, insurrecto y Andrómeda.
Ignorar emblema, operación y bandera;
ectoplasma, bacilococo y nauseabundo

Escribir contra viento y marea
Escribir como instrumento
de lo que escribes
Escribir lo que recibes;
aquello que te llega
hasta el tuétano de la entraña
Escribir esa maraña de ideas
que salen de las tripas
y que tal vez luego perfilas

Escribir mientras afilas
el lápiz con que escribes
Escribir mientras entornas
los ojos de escrutinio,
esos que te recuerdan
a tus ojos de simio

Escribir cuando acabes
y no sepas por qué escribes
Escribir contando al mundo
lo que no cuentas a nadie

Escribir alcohol y chimenea
y que purifique el fuego lo escrito
Escribir a voz en grito,
o en el más cartujo silencio
para que dulcifique la tensión
Escribir de lo que pone
el corazón en un puño

Escribir canción y guitarra
salvando la distancia
entre los dedos del que agarra
y la emoción del que canta;
y que cante quien la agarra
y la guitarra ponga los dedos
donde quiera ponerlos


Escribir porque sostengo
que no es malo quien escribe,
sino quien pone en lo que lee
sus peores sentimientos.



Carlos Bernal
25 sep 2020


 


miércoles, 9 de septiembre de 2020

El Constantinopla


 
Era un cabaret que había en Hadú (Barriada de San José, en Ceuta) hace ya bastantes años. Estaba en una empinada calle que lleva desde Hadú hasta La Almadraba y cuyo nombre verdadero me ha costado recordar, Avenida de La Argentina, porque en realidad todos la conocíamos como la Cuesta de la Parisina o de Parisiana, según versiones, en referencia a una madame de París que vivió por allí a principios del siglo XX.

Conocí el Constantinopla, quiero decir que estuve allí. Sí, pero esta no es la historia que cabría esperar de un joven que en 1973 deambulara por locales nocturno. Mi relación con este local fue mucho más inocente y, desde luego, más curiosa.

Aquel verano yo presenté una canción -“Nuria”, se llamaba- al Festival de la Canción “Ceuta, Perla del Mediterráneo” y necesitaba un arreglista que la orquestara. A través de contactos familiares logré hablar por teléfono con Rafael Ibarbia, aquel director de orquesta gordito, calvete y con bigotito de la época, que los más veteranos recordareis porque aparecía mucho en los programas musicales de TVE, la única televisión que teníamos.

Adquirió este buen hombre el compromiso -a cambio de diez mil pesetas de la época- de arreglar aquella partitura para que los músicos de la orquesta del festival pudieran, quince días después, tocarla en el parque de San Amaro, precioso lugar que mis paisanos conocen perfectamente.

Pero los días pasaban y yo sin noticias del “Von Karajan” de mi canción. Un día antes del festival, me llamó:
 
– Siento no haberte podido hacer los arreglos antes, pero es que he tenido mucho trabajo este mes.
 
– Pero es que los necesito para mañana, -le dije-.
 

– Ya, bueno, mira, vamos a hacer una cosa. Yo los pongo por la mañana en el avión de Málaga y que te los dejen en el bar del aeropuerto. Manda alguien allí a recogerlo…
 
(Nota para los que no han viajado a Ceuta: 
Se pensaba este hombre que el desplazamiento desde Ceuta a Málaga era un ir y venir en un par de horas, barco incluído. Hacerlo entonces era imposible. Hoy tal vez se hubiera podido conseguir en el helicóptero).
 
No recuerdo ya lo que le dije, pero sé que le contesté muy enfadado. Por cierto, creo que Ibarbia cumplió con su palabra, ya que bastante tiempo después, alguien me dijo que había visto en el bar del aeropuerto de Málaga -sujeto entre las botellas- un sobre grande con mi nombre escrito.

Esa tarde, los últimos rayos del sol se colaban entre los pinos y las palmeras del Parque de San Amaro mientras la orquesta del festival repasaba cada canción con sus respectivos autores y cantantes. Yo estaba hundido, mi canción estaba seleccionada pero no podría cantarla. Hablaba con la organización sobre lo ocurrido con “Nuria”:

– Tendré que dejarlo, Enrique; los arreglos no llegan a tiempo.

Pero el bueno de Enrique Barranco, director de la orquesta del festival, me dio una solución:

– Vente esta noche al Constantinopla, pero ven tarde; cuando yo termine de tocar, haremos los arreglos de tu canción. Tráete la guitarra.


Eran las cuatro de la mañana cuando me presenté en la puerta del cabaret, con mi amigo Jose Carlos Navas, que no me dejó solo ante el delicado envite. Un cartel bastante sobrio con algunas bombillas de colores, parpadeaban haciéndonos guiños para entrar. El sueño se me quitó de golpe y me dieron más ganas de salir corriendo y dejarlo todo que las que tuve la tarde anterior.

No sabía muy bien qué estábamos haciendo allí, pero ya que estábamos… descorrimos la cortina… oscura, vieja, cutre y manoseada como todo lo que vendría tras ella. El ambiente parecía sacado de una película de cine negro de los años cincuenta, de esas que dan por televisión de madrugada, convencidos de que nadie las ve.

Recuerdo que me quedé paralizado en el centro de la sala, con la guitarra en la mano y una cara de imbécil de “no te menees”. En seguida acudió a nuestro encuentro un hombre con claros signos de interrogación: los brazos medio levantados, pegados al cuerpo y las palmas de las manos hacia arriba. Cuando le expliqué, nos acompañó hasta la zona donde Enrique y tres músicos más se ganaban el pan del día siguiente; antes de dejarnos allí, nos pidió cortésmente que dejáramos libre el pasillo, ya que iban a salir “las artistas”.

El pianista me saludó con la cabeza mientras daba la entrada al cuarteto, que ramplonamente introducía la actuación de aquellas dos señoras más entradas en años que en carnes, y viceversa. Después de soportar estoicamente desafinados agudos cupleteros y malos tratos musicales dignos de ser castigados cuando menos con arresto domiciliario, el espectáculo felizmente concluyó.

Y allí, ya con mejor iluminación y mientras una de las artistas barría el local, Enrique se armó de paciencia, se sentó al piano y despacio, nota a nota fue armonizando lo que la orquesta tocaría algunas horas después en la final del Festival Ceuta, Perla del Mediterráneo. Esa noche gané el segundo premio de aquel festival que tantos buenos ratos nos dio a todos lo caballas.

Varios años después viví una temporada en la calle Marqués de Lede, a unas cuantas calles de distancia del cabaret. Por las noches, desde el silencio del balcón de la casa, algunas veces oía los agudos de Pepe -el trompetista del cuarteto-, mientras yo sonreía recordando la noche que estuve en El Constantinopla.
 
Carlos Bernal.
 

 















martes, 8 de septiembre de 2020

La tribu y tú


 
Para el que nace es impensable su nacimiento. Imprevisible para él mismo. Desde su perspectiva, es un accidente; algo ocasional, fortuito. Podía haber ocurrido en cualquier parte, o no suceder nunca.

Pero puesto que sucedió -y todos los que estamos aquí podemos contarlo- es conveniente hacer algunas reflexiones al respecto. Porque a partir de ese momento empiezan todos los males y bienes de la Humanidad. Ya sabemos que si Hitler, Einstein, Tesla, Pitágoras, Stalin, Platón, Curie… y tantos otros no hubieran nacido, el mundo no sería el que es. Por eso no entraré en ese terreno tan cultivado, en ese bosque tan espeso.

Vamos a pensar en cosas más cercanas a cada uno de nosotros. Como el sentimiento de pertenencia a un lugar. Eso trae como consecuencia un montón de pequeñas cosas que, sumadas, llevan muy lejos, tal vez demasiado lejos en la mayoría de los casos. Como los nacionalismos.

Yo podía haber nacido en una tribu de la Amazonia, o entre los hielos siberianos. En una acomodada familia de Manhattan o en un campamento de refugiados sirios en el Líbano. Y cada uno de esos lugares y situaciones hubieran condicionado totalmente mi vida.

Pero sin irnos a los extremos, uno nació en una ciudad, en un tiempo y en una familia de lo más común y corriente que se pudo encontrar en el muestrario del catálogo. Ellos, -tiempo, lugar y familia-, hicieron todo lo posible para que yo sobreviviera.  A partir de ese momento, lo que te va llegando -alimentación, educación, ambiente…- contribuye sobremanera a hacer de ti alguien único, distinto de todos los demás.

Sin embargo, hay unas características que vas absorbiendo y que son propias de una tribu y distintas a las de las demás. Estos condicionantes no son genéticos, no van en nuestros cromosomas, sino que son cosas solamente aprendidas, enseñadas por la tribu que te da cobijo.

Y así, vas asimilando tradiciones, religión, ideología, patria, banderas, héroes, reyes, enemigos irreconciliables, herencias culturales varias, y un montón de principios inamovibles que poco o nada tienen al final que ver contigo, y de cuya aceptación probablemente dependa tu permanencia en la tribu.

Un día, voluntaria o involuntariamente pones tierra de por medio entre la tribu de pertenencia y tú. El mar que os separa también es un mar de dudas. Luego, las nubes se disipan, el cielo se despeja y tu mente se aclara. Maduras. Creces individualmente.

Como conclusión, le dices a la tribu: Nací donde vosotros, crecí como vosotros, amé lo que vosotros, recé con vosotros. Hice todo lo que hicisteis vosotros. Luego olvidé todo lo que aprendí de vosotros. Y entendí que aunque hay muchas cosas que me gustan de vosotros, no tengo nada que ver con vosotros.   


Carlos Bernal
8 Sep 2020



miércoles, 2 de septiembre de 2020

Extraño septiembre

 

 

Como cada septiembre,
vuelve septiembre.
Con el contador escolar a cero.
Con la vida en otro renuevo.

Sin embargo esta vez es distinto;
septiembre huele a recelo.
A futuro de incertidumbre,
a noches que sueñan el miedo.


Con mascarillas y luces de urgencia.
Con banderas amenazantes.
Con cruces, con estandartes.
Con las distancias por todas partes,
avisando de mil peligros.
Con los libros desinfectados.
Con el alma oliendo a lejía.
Con la desconfianza en los labios.
Con el miedo a los abrazos.
Con la prohibición de los besos.
Con el cúbrase usted la cara.
Con el tápate bien la boca
(me decía de niño mi madre
al salir del cine en invierno).
Ahora es otro frío distinto
el que suele meterte en la cama.

Ahora las tardes se encogen
como un corazón angustiado.
Y camino sin rumbo fijo,
con la vista en ninguna parte
y la cabeza navegando
por mares que no conozco.

Ha vuelto un extraño septiembre.
No sé en que almanaque colgarlo.