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Playa Benitez. Ceuta en los años 70. (Desconozco la autoría de la foto)
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Algunas veces me quedo parado en el tiempo. Tiene que ver con los lugares. Una foto me ha traído la última vez esa sensación. Es ésta de la Playa Benitez de Ceuta en los años 70. Me ha llevado a un momento de mi vida en el que estaba en mitad de una escalera sin saber si bajaba o subía. Era un punto blanco, o en blanco, en medio de una nube.
Me veo paseando la playa cerca de una caseta militar. Llevo una camisa del uniforme de Regulares y soy el socorrista. Sí, estoy haciendo la mili y ese verano desempeño esa extraña actividad que me permite escapar de los servicios que hacía en el cuartel.
Todo empezó el día que leí en el tablón de anuncios la convocatoria de un curso de socorrismo acuático con destinos en playas militares. Criado desde niño en la playa, mitad hombre y mitad pez, para mí no supuso ningún problema sacar pesados muñecos tamaño persona del fondo de una piscina. Ni atravesarla bajo el agua de lado a lado. Ni nadar todo lo que me pedían todas las veces que me lo pidieran. Pero fue una suerte no tener que salvarle la vida a nadie, nunca. Llegado ese momento, no sé de qué hubiera sido capaz.
En 1976, en Ceuta, había casetas militares en las playas. Cada regimiento solía tener la suya. Los jefes y oficiales tenían una para ellos y sus familias, y los suboficiales otra. No se mezclaban, faltaría más, "siempre ha habido clases".
En la playa, mi trabajo consistía en vigilar que nadie tuviera un percance en el mar. Tenía a mi cargo una patera con remos. Y esa fue la gloria de ese verano. Remar a lo largo y ancho de la ensenada de Benitez era una sensación de libertad increíble. Aquella barquita recién construida en la carpintería del cuartel, a la que después ayudé a untar de brea y a fondear cerca de la orilla para que la madera se hinchara y no le entrara agua, hizo las delicias de aquellos niños cuyas madres me pedían cada mañana que les diera un paseo en barca. Pero sobre todo, me hizo muy feliz a mí.
Esa foto me trae otro recuerdo. Aquel día que me avisaron para que me presentara en la caseta del Capitán General de la Región (estaba justo al lado de la nuestra). ¡Adiós, me dije, hasta aquí has llegado, Carlos! Algo has hecho mal y te van a meter en un castillo el resto de tu mili o de tu vida…
Pero no. Aquel general, el que más mandaba en Andalucía, hombre de formas sobrias (a pesar de apellidarse Gordon) y de trato muy educado, me pidió si podía darle un paseo en barca, pues el marinero que solía hacerlo se encontraba indispuesto esa mañana. Así que, con el ánimo mucho más tranquilo, le dije “a las órdenes de usía”, y con dos jefazos más, nos fuimos para la orilla. Le ayudé a subir a la patera y momentos después remaba por la ensenada mientras él se interesaba por mi persona. Le hablé de Magisterio, de las oposiciones de las que en breves días me examinaba… Vio un grupo de niños pescando en una roca cercana y estuvo charlando unos momentos con ellos (mientras yo hacía equilibrismos para mantener la patera al pairo sin estrellarla contra la roca). A la vuelta, me agradeció el paseo y yo respiré profundamente.
Y así fueron pasando, dulcemente, aquellos días del verano del 76. Cada mañana era un inmenso placer arrastrar mi barca hasta la orilla y remar, remar, remar por aquella pequeña y preciosa ensenada. La sensación de libertad que me inundaba, el silencio y el olor del mar a esa hora temprana, eran de una felicidad que no sé traducir en palabras. Guardo en la memoria un recuerdo muy grato de ese tiempo.
Poco después obtuve una plaza de maestro en la Enseñanza Pública. Tuve que volver al cuartel para acabar los meses de mili que me restaban. Empecé a trabajar en mi profesión, y la vida se abrió camino…
Algunos meses más tarde, convalidé el título de socorrista militar por el de civil. Solo por gusto. Y también, supongo, por recordar mis días en la caseta de Regulares de la Playa Benitez. Nunca volví por allí. No quise saber qué habían hecho con mi patera.
Carlos Bernal
Julio de 2021