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jueves, 29 de julio de 2021

París, 1949. Foto de Sabine Weis


 

Con los ojos hablamos mucho, siempre. Las miradas lo dicen todo. La de la niña, que se gira absorta en el hombre de la acordeón, en su cara. La de la madre, interrogándose tal vez sobre la situación de ese hombre que tiene la suya perdida en algún punto lejano, indeterminado. Quizá sus ojos le han devuelto la guerra, las noches de acordeón con el miedo de trinchera entre camaradas. O tal vez lo han llevado al París de preguerra, cuando mucho más joven y con la misma acordeón, inundaba de alegría las calles del viejo Pigalle que llenaba su vida, con aquella mujer…

Está sentado en la caja de la acordeón y un paraguas se sujeta a su pierna izquierda. El suelo está mojado, tal vez no hace mucho ha llovido. También parece sostener algo entre las piernas que recoja las monedas de algún apiadado transeúnte.

El resto de las personas que pueblan la acera parecen vivir en otra dimensión. Aparentemente hay un bullicio de compras, tal vez un mercadillo. Nadie se percata de la historia que por un solo instante viven estos tres personajes. Hay un hilo conductor entre ellos del que nadie más participa.

Es 1949 y un París todavía oscuro, con heridas recientes, parece levantarse.

(La foto es de Sabina Weis. La he tomado prestada al escritor Fco. Javier Irazoki, de su cuenta de twitter).

 

 

 

domingo, 11 de julio de 2021

Versos sueltos tirados al mar

Playa del cable. Marbella

 Habría que aprender del mar:

La elegancia que lo prestigia
La calidez con que acompaña
La esperanza que contagia
La lucidez con que deslumbra
La profundidad de su mirada
La eternidad de su empresa
La robustez de su estatura
La grandeza de sus sueños
La claridad de sus mañanas
La blancura de su espuma
La hermosura de sus tardes 
Los azuletes de sus noches
La desnudez que demuestra
Su vagar por los siglos
El vaivén que nos embriaga
Los remedios infalibles
Su apacible amanecer
La ausencia de boato
El trato tan cercano
Las arengas de sus olas
Los versos sueltos que me inspira
La calma chicha cuando expira la tarde
Su sinfonía en tres por cuatro
Su duelo en compás binario
El imaginario de su historia
Su falta de doctorado
El apasionado temporal
La rectitud de su lejanía
El horizonte perfecto…

Mi pan nuestro de cada día.

Carlos Bernal
10 Jul 2021






domingo, 4 de julio de 2021

Por intentar explicarme lo inexplicable

Hombre en la playa. Cecilio Pla y Gallardo

 

Se va ablandando el músculo
y se endurecen las convicciones;
como se va acortando el día
y alargando las sensaciones.
Mientras se hunden las raíces,
afloran las disensiones.

¿Pero cómo jóvenes antifascistas
hoy son viejos conservadores?
¿Será que se acorta el horizonte
cuando se apocan los corazones?

Tal vez se arrumben los proyectos
de explorar nuevas latitudes.
Quizá se asumen como defectos
lo que creíamos virtudes.

Al final, los que pensábamos
que en algo éramos maestros,
no somos más que aprendices
que van cambiando la mente
de aquellos veinte años felices,
como se va adaptando el cuerpo
a los rigores del tiempo,
a los achaques temibles.

Y donde apostábamos cien,
ahora ni nos jugamos cuarenta.
Y por donde juramos no pasar,
hartos estamos de pagar cuentas.
¿Será sabiduría o solo será vejez?

O ninguna de las dos cosas.
O las dos cosas a la vez.

Carlos Bernal
4 Jul 2021

                                      Las hilanderas. Velázquez


sábado, 3 de julio de 2021

EL SOCORRISTA DE LA PLAYA BENITEZ

 

Playa Benitez. Ceuta en los años 70. (Desconozco la autoría de la foto)


Algunas veces me quedo parado en el tiempo. Tiene que ver con los lugares. Una foto me ha traído la última vez esa sensación. Es ésta de la Playa Benitez de Ceuta en los años 70. Me ha llevado a un momento de mi vida en el que estaba en mitad de una escalera sin saber si bajaba o subía. Era un punto blanco, o en blanco, en medio de una nube.

Me veo paseando la playa cerca de una caseta militar. Llevo una camisa del uniforme de Regulares y soy el socorrista. Sí, estoy haciendo la mili y ese verano desempeño esa extraña actividad que me permite escapar de los servicios que hacía en el cuartel.

Todo empezó el día que leí en el tablón de anuncios la convocatoria de un curso de socorrismo acuático con destinos en playas militares. Criado desde niño en la playa, mitad hombre y mitad pez, para mí no supuso ningún problema sacar pesados muñecos tamaño persona del fondo de una piscina. Ni atravesarla bajo el agua de lado a lado. Ni nadar todo lo que me pedían todas las veces que me lo pidieran. Pero fue una suerte no tener que salvarle la vida a nadie, nunca. Llegado ese momento, no sé de qué hubiera sido capaz.

En 1976, en Ceuta, había casetas militares en las playas. Cada regimiento solía tener la suya. Los jefes y oficiales tenían una para ellos y sus familias, y los suboficiales otra. No se mezclaban, faltaría más, "siempre ha habido clases".

En la playa, mi trabajo consistía en vigilar que nadie tuviera un percance en el mar. Tenía a mi cargo una patera con remos. Y esa fue la gloria de ese verano. Remar a lo largo y ancho de la ensenada de Benitez era una sensación de libertad increíble. Aquella barquita recién construida en la carpintería del cuartel, a la que después ayudé a untar de brea y a fondear cerca de la orilla para que la madera se hinchara y no le entrara agua, hizo las delicias de aquellos niños cuyas madres me pedían cada mañana que les diera un paseo en barca. Pero sobre todo, me hizo muy feliz a mí.

Esa foto me trae otro recuerdo. Aquel día que me avisaron para que me presentara en la caseta del Capitán General de la Región (estaba justo al lado de la nuestra). ¡Adiós, me dije, hasta aquí has llegado, Carlos! Algo has hecho mal y te van a meter en un castillo el resto de tu mili o de tu vida…

Pero no. Aquel general, el que más mandaba en Andalucía, hombre de formas sobrias (a pesar de apellidarse Gordon) y de trato muy educado, me pidió si podía darle un paseo en barca, pues el marinero que solía hacerlo se encontraba indispuesto esa mañana. Así que, con el ánimo mucho más tranquilo, le dije “a las órdenes de usía”, y con dos jefazos más, nos fuimos para la orilla. Le ayudé a subir a la patera y momentos después remaba por la ensenada mientras él se interesaba por mi persona. Le hablé de Magisterio, de las oposiciones de las que en breves días me examinaba… Vio un grupo de niños pescando en una roca cercana y estuvo charlando unos momentos con ellos (mientras yo hacía equilibrismos para mantener la patera al pairo sin estrellarla contra la roca). A la vuelta, me agradeció el paseo y yo respiré profundamente.

Y así fueron pasando, dulcemente, aquellos días del verano del 76. Cada mañana era un inmenso placer arrastrar mi barca hasta la orilla y remar, remar, remar por aquella pequeña y preciosa ensenada. La sensación de libertad que me inundaba, el silencio y el olor del mar a esa hora temprana, eran de una felicidad que no sé traducir en palabras. Guardo en la memoria un recuerdo muy grato de ese tiempo.

 

Poco después obtuve una plaza de maestro en la Enseñanza Pública. Tuve que volver al cuartel para acabar los meses de mili que me restaban. Empecé a trabajar en mi profesión, y la vida se abrió camino…

Algunos meses más tarde, convalidé el título de socorrista militar por el de civil. Solo por gusto. Y también, supongo, por recordar mis días en la caseta de Regulares de la Playa Benitez. Nunca volví por allí. No quise saber qué habían hecho con mi patera.


Carlos Bernal
Julio de 2021





jueves, 1 de julio de 2021

JULIO

Desde un continuo amarillo,
el mar y yo, andamos la playa.
Las costuras de la costa
van dibujando la mañana.

Julio presume de nombre;
se encumbra entre la espuma
de la historia de un César
al que ya nadie saluda.

Julio alquila mañanas rubias
y noches de playas con luna,
donde pasea sus brumas
para dejarse en la orilla.

Tiene la espalda roja
y lleva salitre en la piel;
huele a limo, como las rocas
donde se engancha el chambel.

Acalorado, al mediodía,
Julio se empina en la cuesta
del sol de mi niñez;
la de aquella playa nuestra,
O’Donnell, donde me crié.

Luego se esquina en la tarde
para esconderse del sol;
se pierde por callejones
y se adormece en los bares.

Sueña que se despierta
en la cubierta de un barco
que se escora por babor.
Deambula por lugares
entre silencios de siesta
empapada en su sudor.

Y de noche, vestido de César,
se llena de luz y de fiesta.
Suele acabar en la playa,
con suave brisa de guitarra
y dulces besos con cerveza.

Carlos Bernal
Actualizado 1 Jul 2021.

 

 

Bahía Sur. Ceuta (Desconozco autor-a de la foto)