![]() |
Con los ojos hablamos mucho, siempre. Las miradas lo dicen todo. La de la niña, que se gira absorta en el hombre de la acordeón, en su cara. La de la madre, interrogándose tal vez sobre la situación de ese hombre que tiene la suya perdida en algún punto lejano, indeterminado. Quizá sus ojos le han devuelto la guerra, las noches de acordeón con el miedo de trinchera entre camaradas. O tal vez lo han llevado al París de preguerra, cuando mucho más joven y con la misma acordeón, inundaba de alegría las calles del viejo Pigalle que llenaba su vida, con aquella mujer…
Está sentado en la caja de la acordeón y un paraguas se sujeta a su pierna izquierda. El suelo está mojado, tal vez no hace mucho ha llovido. También parece sostener algo entre las piernas que recoja las monedas de algún apiadado transeúnte.
El resto de las personas que pueblan la acera parecen vivir en otra dimensión. Aparentemente hay un bullicio de compras, tal vez un mercadillo. Nadie se percata de la historia que por un solo instante viven estos tres personajes. Hay un hilo conductor entre ellos del que nadie más participa.
Es 1949 y un París todavía oscuro, con heridas recientes, parece levantarse.
(La foto es de Sabina Weis. La he tomado prestada al escritor Fco. Javier Irazoki, de su cuenta de twitter).
Me encanta tu argumento y una maravilla esa fotografía.
ResponderEliminarHabla por sí sola.
Abrazos
Muchas gracias, amiga. Siempre un placer cuando veo que sigues acercándote por aquí.
EliminarNo dejes de hacerlo cada vez que te den ganas. Hay tanto tiempo por en medio...
Por suerte, las redes hacen el milagro y apareces.
Un abrazo enorme.