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martes, 13 de abril de 2021

El maniquí de los almacenes


 

Amo la soledad de los grandes almacenes;
el silencio que puebla los pasillos
que no transito en días de rebajas
sino en tardes de anodina quietud.

Amo las cosas que nunca se venden,
como el silencio que envuelve maniquíes
en su profundidad cristalina y transparentes.

Veo la precisión de las escaleras mecánicas
como un problema de geometría resuelto:
Un sube y baja perfectamente sincronizado
en los rostros de los encargados de planta.

Veo tristeza en los relojes de pulsera
y en los trajes que no verán una fiesta;
en las rosas de porcelana inglesa
y en las inglesas que parecen porcelanas.
Veo plástico en la sonrisa del dependiente
y en la encargada que solicita mi tarjeta.

Hay botones que mueven ascensores
con labios cosidos a los botones.
Los jarrones pasan inadvertidos
entre las telas que nunca se desenrollan
y las copas donde no se bebe vino.

Siento el perfume que recorre la tienda,
las músicas que nunca se venden,
los libros que jamás serán superventas,
la incomodidad de los sillones expuestos,
las camas que no vivir colgarán
y el pescado que aquí parece más muerto.

Pongo mi compra en una cinta incansable.
Una cajera sonriente me pregunta
si en la calle todavía es de día.

Salgo por fin de ese mundo perfecto
-si tienes dinero para pagarlo-.
Me agarro a una farola en la puerta
esperando recuperar el sentido.
Me repito entre dientes la consigna
de no comprar ni vender más mi tiempo.


Carlos Bernal
12 abril 2021.

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