Hay un tiempo tan lejano
que ni siquiera tiene nombre;
solo una cruz en el mapa
de la geografía del olvido.
Un tesoro azul perdido
en la memoria de un niño
que navega a la deriva.
Guarda momentos tan felices
que no tienen un después.
Son acordes afinados
de una guitarra que vibra
con sonrisa infantil.
Disfruta sus días de gloria.
Piensa mañana al día siguiente.
Desayuna con los versos
que le sobraron de anoche.
Iza la luz con el Sol
y la duerme con la Luna.
La noche es su religión;
la vida, su fortuna.
Tiene mañanas tan largas
como las tardes que destila
bajo un sol esmeralda.
Como las horas perdidas,
como las olas ganadas,
como la luz a su espalda.
En aquel mar de la infancia
tengo guardado ese tiempo.
Está amarrado a la nostalgia
de un viejo noray del puerto.
Carlos Bernal
Enero 2020.
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