Voy a orear palabras
que hace tiempo que guardo.
Les vendrá bien desprenderse
del polvo acumulado.
Me preguntan dónde vamos
al sacarlas del armario.
Ética y trasnochado,
decencia y desengaño,
resuelto y cabizbajo,
son las primeras que hablan.
- A la azotea, respondo,
y voy subiendo escalones.
Algunas van gritando
revolución y desafío,
espanto y contertulio,
discusión y cafetería.
Otras hablan entre dientes…
A la chita callando,
murmullo y desencanto,
sacristía, confesionario,
paciente y disimulo,
van escaleras arriba
con la desidia de una lengua
cada vez más perezosa.
Palabras que influyen en otras,
como tránsfuga y volátil,
mediático y vocero,
veleta y variación,
se muestran ingobernables
como anárquico y protesta;
Algunas más modernas,
casting, muffin y coach,
se incorporaron más tarde.
Éstas suelen ocuparse
-mientras suben la escalera-
de reinventar un idioma
que han llenado de anglicismos.
Suben por un atajo
que no va a ninguna parte.
Otras vuelan por el aire
como andamio y golondrina,
entre sueño y madrugada,
con amor y juventud.
Me cuesta más que me sigan
aquéllas inamovibles:
Muermo y conservador,
mutismo y uniforme,
espantapájaros y veto.
Con la altivez esperada,
delfín y abanderado,
ecuestre y chulería,
abandonan el rellano
para ir a dar un mitin.
Llevo parejas divorciadas,
como riqueza y bondad,
empatía y maltrato,
oposición y lealtad,
liberal y libertad.
Y veo acercarse corriendo
a picor y sarpullido,
meses y enfermedad,
vejez y aturdimiento.
Carlos Bernal
11 de agosto 2023.
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