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lunes, 27 de abril de 2020

Palabras...

Empiezas eligiendo palabras. Parecerán palabras sueltas, pero tú no las sueltas de la mano. Después las vas hilvanando una con otra. Qué bonita palabra, hilvanar. Unir aquello que está desprendido, sin hilazón, precisamente deshilvanado.

Y se supone que se hilvana de manera provisional, para coserlo de forma definitiva después. Pero qué va, cuántas cosas están así, hilvanadas, para siempre. Y cuántas personas. La vida misma, es un puro hilván. Te pasas muchos años creyendo que todo está bien cosido y rematado. Un día te das cuenta que todo estaba hilvanado.

Pero volvamos al tema, que me pierdo por las ramas. Decía que hay palabras, hay conceptos, imágenes, lugares, personas, sentimientos, cruces, días, lluvias y hasta complejos que dejan huella indeleble en el alma del poeta. Que cuando se coloca frente a sí, sin nada más que el tintineo de esta maldita marca en la pantalla, o con un lápiz/boli/pluma que pasear entre los dedos, entonces vienen al primer plano, surgen del fondo de no se dónde y se colocan ahí, frente a tus ojos, para que las veas y veas qué hacer con ellas.

Así empieza todo. Y así, las coges, con mucho cuidado las vas hilvanando y colocando una junto a otra, como vagones que se empujarán hasta formar un tren que llamaremos poema (por ponerle un nombre, digo).

Carlos Bernal
27 Abril 2020

domingo, 19 de abril de 2020

Contar el mar...


A alguien que no sepa del mar,
¿cómo se lo contaría?
¿Cómo le hablaría de chispas
saltando bajo la luna?

Del destello verde en la tarde.
De su luz de la mañana
antes de que haya luz.
De las estelas que regalan
los barcos cuando cruzan.
De los mares que asoman
detrás de cada estela.

De la frontera amorosa
que mantiene con el cielo.
¿Cómo contarle -si no ha visto-
su fábrica de colores,
según la hora del día?

Le hablaría de su olor a inmensidad,
de la bravura de su canto.
Del espanto de temporales
que azotan barcos sin piedad.
De su terrible soledad.
Del empuje de las olas
que va dejándose en la playa;
de su desfile ordenado,
una tras otra,
una tras otra
y otra más…
De las pavanas que aplauden
su estruendoso desembarco.
O de otras veces que alfombra
la tarde con sus verdes, 

ensimismando silencios.
De las historias que cuenta
mientras pasea a tu lado:
De manos entrelazadas
que amaron anocheceres;
de barcos que zarparon
con solo billete de ida;
de amigos que se fueron
cuando era pronto todavía;
de sus risas por el aire,
de sus cantos con guitarras
que sonaban a inocencia
de arena adolescente.
De amores marineros.
De piratas con tesoros.
De las vidas que quedaron
en las simas de sus fondos.
De los sueños que ha enterrado
en su oscuro cementerio.
Del perfil casi redondo
de su mágico horizonte.
De sus perpetuos adverbios,
su cuándo, su cómo, su dónde.

A quien no haya visto el mar,
¿cómo se lo diría?
Le pondría, como ejemplo,
que es siempre al mismo tiempo
trueno y voz que serena;
brillo de relámpago
y negra oscuridad;
enamoradísimo amante
y enemigo despiadado;
ameno conversador y
silencioso compañero;
experto navegante
y principiante grumete.

Lugar del que no te has ido
y siempre quieres volver.

Claro que,
quien no ha conocido el mar…
 

Carlos Bernal
19 abril 2020.






martes, 14 de abril de 2020

Ritmo


Se despide la luz entre sombras.
Con la seguridad y con la inercia
de un mar que se retira.
Pensando en volver,
como hace cada noche el amante.

Bajan la voz las estatuas
mientras los gatos entornan los ojos.
Las rotondas dejan de dar vueltas.
Los árboles del parque se esponjan
y los bancos ensanchan sus medidas.

Silencian su canto los pájaros.
Se adormece por un tiempo la vida
cumpliendo fielmente un horario.

Marcando un ritmo sin música,
con la exactitud del metrónomo,

la noche susurra su concierto.

Y puntual como las campanadas,
como el té inglés de las cinco,
todo volverá por la mañana.

Carlos Bernal
14 abril 2020.