Empiezas eligiendo palabras. Parecerán palabras sueltas, pero tú no las sueltas de la mano. Después las vas hilvanando una con otra. Qué bonita palabra, hilvanar. Unir aquello que está desprendido, sin hilazón, precisamente deshilvanado.
Y se supone que se hilvana de manera provisional, para coserlo de forma definitiva después. Pero qué va, cuántas cosas están así, hilvanadas, para siempre. Y cuántas personas. La vida misma, es un puro hilván. Te pasas muchos años creyendo que todo está bien cosido y rematado. Un día te das cuenta que todo estaba hilvanado.
Pero volvamos al tema, que me pierdo por las ramas. Decía que hay palabras, hay conceptos, imágenes, lugares, personas, sentimientos, cruces, días, lluvias y hasta complejos que dejan huella indeleble en el alma del poeta. Que cuando se coloca frente a sí, sin nada más que el tintineo de esta maldita marca en la pantalla, o con un lápiz/boli/pluma que pasear entre los dedos, entonces vienen al primer plano, surgen del fondo de no se dónde y se colocan ahí, frente a tus ojos, para que las veas y veas qué hacer con ellas.
Así empieza todo. Y así, las coges, con mucho cuidado las vas hilvanando y colocando una junto a otra, como vagones que se empujarán hasta formar un tren que llamaremos poema (por ponerle un nombre, digo).
Carlos Bernal
27 Abril 2020