Empiezas a sentir que llega un verso
como un pájaro saltando entre los cables,
como el trueno que anuncia una tormenta,
como el zumbido de la abeja que se acerca.
Hay palabras que juegan a encontrarse
con recuerdos de algún viejo sentimiento,
con los restos de un dolor ya enterrado…
como un pájaro saltando entre los cables,
como el trueno que anuncia una tormenta,
como el zumbido de la abeja que se acerca.
Hay palabras que juegan a encontrarse
con recuerdos de algún viejo sentimiento,
con los restos de un dolor ya enterrado…
Como notas que surgen sin control
construyendo un pentagrama impredecible,
cada verso se tropieza en el siguiente
sin saber si ha acabado el anterior.
Y entonces el poema se convierte
en un callejón sin salida,
en la desconocida puerta de enfrente,
en el tiempo que nadie ha medido.
Pero suele ocurrir algo hermoso:
la luz que da la chispa de un verso
al chocar con otro verso, ilumina,
la salida del lugar tenebroso.
Y una vez en campo abierto, quién sabe…
construyendo un pentagrama impredecible,
cada verso se tropieza en el siguiente
sin saber si ha acabado el anterior.
Y entonces el poema se convierte
en un callejón sin salida,
en la desconocida puerta de enfrente,
en el tiempo que nadie ha medido.
Pero suele ocurrir algo hermoso:
la luz que da la chispa de un verso
al chocar con otro verso, ilumina,
la salida del lugar tenebroso.
Y una vez en campo abierto, quién sabe…
Carlos Bernal.
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