En el trozo de infancia dormido,
-que dicen llevamos todos dentro-
la marea sube algunas tardes
y el salitre se cuela en mi calle.
Las niñas saltan a la comba
(“al pasar la barca, me dijo el barquero…”),
los novios pasean entre sombras
y en la tienda de Basilio huele a vino,
a aceite y a sardinas arenques.
Los niños atardecen el barrio
y lo inundan de juegos eternos:
(“Por mí y por todos mis compañeros”)
Yo sé que no seré el primero
ni tampoco en último en acordarse
del sabor de aquellas largas tardes,
(que por algún extraño motivo
esta noche han venido a buscarme).
Carlos Bernal
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