A veces tiene el mar
ese gris enfurecido
de día oscuro por dentro,
ese gris atormentado
que me lleva de la mano
a mi infancia de levante.
Me gusta entonces sentarme
a mirarlo justo enfrente,
y tratar, a duras penas,
de entender lo que me dice.
Otras veces me sorprende
con su azul despreocupado,
tan deslumbrante y eterno,
tan mareante y pausado…
Convengo, entonces, en mezclarlo con el mío,
más sencillo, particular, mediterráneo,
indefinido, trajinado.
Tan nostálgico y absurdo,
tan ignorante y tan sabio,
que del viento que le azota
aprendió a sacar ventaja,
escondiéndose en las rocas
de la playa que le hostiga,
para llevarlo a la brisa
que me acaricia la cara.
Y así atardecen mis mares,
y así amerizan mis tardes.
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